lunes, 11 de enero de 2010

Sola Navidad

Por primera vez en mi vida he pasado las Navidades y el año nuevo sola. Me he sentido sola. Me he sentido bien y mal. Mal porque todo lo que tiene que ver con familia y que de alguna manera me toca emocionalmente me lo he perdido este año. Bien porque todo el conglomerado alrededor del consumismo no me ha tocado. No he gastado en árbol de Navidad, ni en bolitas nuevas y fulgurantes que colgar en él, ninguna compra de lista interminable de regalos sin gracia, ninguna comida navideña pesada, que podría haberme indigestado por días, ningun abrazo de esos que no quieres dar a personas que no te importan, ni ninguna de esas tonterías de que todo es bonito, rosado y feliz en esos días. Para mí fueron días con tiempo, tiempo que me tomé para leerme la trilogía de Milenium en un sopetón. Sumergirme en otro mundo por esos días fue tranquilo. Y eso es lo que mas me gustado de pasar estas fiestas sola, la tranquilidad.
Pero debo confesar que igual lloré. De nostalgia si, porque la tranquilidad me dió tiempo de repasar las Navidades de mi vida, y recordar la Navidad más bonita que he tenido. Esa que pasé con la mujer que más he amado en mi vida.
Por las coincidencias de la vida, se nos regalo el 24 a solas. 34 años todavía es tiempo para que el familión te machaque para pasarlo en conjunto, pero por la lejanía de mi hogar, tuvimos el lujo de pasar el 24 solas. Nos vestimos bonitas, cocinamos de lujo y nos hicimos un cerro de regalos. Todos pequeños y llenos de día a día, que eran más bonitos aún, porque justamente eso era lo que más nos faltaba. Por la lejanía de continentes el día a día, vivir juntas, era el sueño dorado. Cuando estabamos lejos yo le escribía todos los días largo y tendido, todos los días, por lo menos una vez. Ella no me escribía todos los días, y cuando lo hacía era estilo telegrama. Yo la disculpaba que no tenía tiempo de privacidad frente a un computador propio y rasguñaba tiempo en computadores prestados en el trabajo o amigas. Por eso mi regalo "grande" fue un computador portátil. En esos días todavía costaban un buen dinero, pero yo ansiaba tanto cualquier letra de ella, que hubiera vendido mi vida para darle facilidades para comunicarse conmigo. Mirando hacia atrás quizás veo que el regalo fue egoista, yo quería más de ella. Quizás le debería haber regalado más de mí. Estabamos en una etapa donde ella estaba muy insegura de todo y yo sólo quería decirle que la amaba tanto que quería pasar el resto de mi vida con ella. Su inseguridad se me traspasó. Pensé que si la abrumaba con mi amor ella se alejaría. Al recibir el paquete grande con el computador, ella me dijo en un tono que hasta hoy no he podido discernir cual era. Dijo, no es un anillo... Y yo la miré sorprendida. Ya le había regalado un anillo y no lo llevaba casi nunca, justamente por todo lo que significaba, y ahora sentía que estaba aliviada porque no le regalaba otro, como insistiendo en la veracidad de mi amor eterno por ella, y por otro lado, supongo que ella esperaba quizás que le propusiera matrimonio. Quizás todo habría sido diferente si yo hubiera tenido el valor de declararle abiertamente mi amor incondicional y proponerle seriamente que se quedara a vivir conmigo, quizás hoy no sería la mujer triste y de corazón partido que aún soy, después de tantos años.
Su regalo grande fue una carta. Y en la carta ella escribía por primera vez, te quiero. Lloré esa vez, de emoción, porque por fin me lo había escrito. Hoy vi la serie de Anatomía de Grey y en la escena final del capítulo Arizona le dice a Callie te quiero. Y lloré de nuevo. Esta Navidades nadie me ha dicho te quiero. Quizás yo tampoco me lo he dicho a mí misma. Debería empezar por eso.